La arena de la playa se deshacía con el paso del agua, le quitaba la forma, la arrastraba. La engullía.
Eso veía ella mientras sostenía aquella copa de vino, tenía la mirada perdida en la arena. Pero su mente era mucho más de lo que veían sus ojos, su mente erán miles de imágenes por segundo, eran memorias vivas. Eran anhelos.
Apuro su copa de vino y se levantó de aquella area tibia, se sacudió la arena y se retiró a su casa.
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A cientos de kilometros de ahí, él la pensaba profundamente, la pensó tanto que en un momento pensó que gastaría tanto tanto su recuerdo que con el tiempo sería como las cosas viejas que dejan de verse como artículo nuevo, el no quería eso para su recuerdo.
Quizó encontrarla desesperadamente, como un loco que no sabe lo que quiere.
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Ella esperaba un encuentro, lo deseaba, pero no aceptaba que esperaba a alguien que deseaba lo mismo que ella.
Salió de su habitación y caminó a ver el ocaso del cielo, según ella ninguno era igual que el anterior, creo que tiene razón.
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El llega a su casa, y toma una cerveza del refrigerador, no la termina, su cabeza no lo deja terminar, quiere distraerse, hacer que su mente la olvide un momento, le es imposible.
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Ellos no se conocen, no se han visto jamás, pero su soledad es tan abrumadora que no saben que algún día han de encontrarse.
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Al día siguiente aquellos 2 caminaban en la misma dirección, aquellas soledades los acompañaban, inmensas. Se cruzan, evaden el contacto de los cuerpos.
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No pasó nada, todo se trata de que las miradas coincidan.
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Lo que tampoco saben es que por la tarde se volverán a topar, ella irá a ver la puesta de sol, como lo hace todos los días.
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