lunes, mayo 07, 2018

Serpientes


Estoy en una montaña, parado cerca del abismo. El viento me golpea con furia y puedo sentir bajo mis pies la arena reblandecida por las lluvias recientes. El cielo está nublado, gris, no hay brisa. El mundo que sueño está empacado al vacío. Las corrientes de aire son muchas. Respiro pero no es aire la sustancia que entra en mis pulmones. Mis ojos ven un horizonte incontenible. Pienso que la idea de lo infinito tuvo que venir de aquí, de nuestra contemplación del horizonte. Esa gran masa de piedra tan desconocida y poderosa a la vez, que parece abarcar unas dimensiones inconcebibles para la mente del ser humano.

Pero como decía, estoy parado frente al espacio. No puedo decir qué hora es porque la iluminación es ambigua, como una palabra ininteligible. Puede ser cualquier hora. O, incluso, una hora desconocida, totalmente nueva; una hora extraña, inhóspita, desapacible. Indómita en el sentido que nunca antes fue establecida, marcada y encerrada dentro de una caja mecánica de cristal. Una hora sin tiempo. Perpetua. Pero la claridad es suficiente para ver cómo una gran serpiente verde sale de entre la masa de roca. Es una criatura de proporciones mitológicas, de cuerpo monolítico y ancestral. Los músculos que se marcan bajo su inusual y fulgurante piel, dejan intuir una fuerza todopoderosa, como la voluntad de un dios volátil. Se mueve hacia mí, con la determinación de un derrumbe. No me muevo, pues no tengo miedo. La serpiente llega a mis pies y con la precisión que da la calma, me muerde en el tobillo. Creo sentir dolor pero es una sensación tan lejana que no la siento como propia. La serpiente me mira y en sus ojos veo un mar de voces y palabras pensadas en una lengua extraña para mí. Un destello de sabiduría, quizá, cruza sus bestiales pupilas. El animal vuelve a las rocas, zigzagueando sobre la tierra. Apenas haciendo ruido, desaparece en el agua y todo sigue tan quieto que parece tallado en la piedra. Nada, ni siquiera yo, se mueve más.

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