A veces podemos concluir que el único objetivo de nuestra vida es aprender a lidiar con todo lo que se vuelve obsoleto. La dinámica del tiempo, en su decurso, hace que cada cosa caduque: lo que hoy es útil, mañana es inútil.
Las cosas terminan como un despojo arrimado al rincón más oscuro de la casa, inservivbles ya, carentes de finalidad alguna, consumidas, si se quiere, en su propia función.
Un ejemplo bastante gráfico de todo esto es nuestra propia basura: tesoros que han muerto en nuestras manos, que han sido destruidos, rajados, manchados y que posteriormente han perdido todo su valor ante nuestros ojos. Un proceso imperceptible, a veces, pero incesante como el oleaje del mar, siempre.
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