Y está uno ahí parado frente a esa terrible pero inevitable encrucijada a la que se llega siempre: no poder volver y no saber irnos.
El olvido, como decía Neruda, dura mucho más que el amor, y yo también lo creo. Es como las cicatrices que permanecen años aunque las heridas hayan estado abiertas pocos días. Pero de eso se trata querer, de estar dispuesto a la cicatriz que deja, y de llevarla como otra evidencia de que estuvimos vivos y nos atrevimos a todo.
No importa cuántas historias hayamos sobrevivido, la que sigue también nos dolerá. Y tampoco importa que sepamos que el amor no mata, porque igual se siente como que sí. Luego pasa que uno se va haciendo a la idea de intentar querer menos y olvidar más, y llega a cierta edad en la que la sola posibilidad de amar, causa más miedo que esperanza. He estado ahí.
Sin embargo, sucede; se vuelve a querer, vuelve a doler, y se vuelve a olvidar. Y ese aterrador proceso por el cual ya no estábamos dispuestos a pasar de nuevo, pasa. Y se da uno cuenta que sigue vivo y que sigue bien, que la otra persona se va alejando y que no se lleva nada que nosotros no hayamos querido darle, que construirá su vida así como nosotros la nuestra, y que en algún tiempo será apenas otra cicatriz.
De lo que estoy seguro, es de que cada persona, se quede o se vaya, cumple su objetivo, entendamos cuál era o no. El tiempo no cura nada pero aleja lo suficiente para que encontremos, en la distancia, las respuestas. Sé que es difícil soltar, sobre todo lo que ya nos soltó, pero es más difícil vivir amarrados a lo que no es nuestro.
Hace un tiempo decidí que no volvería a deshacerme por nada que no estuviera en mí, que si voy a quebrarme por algo, que ese algo sea yo, que si voy a aferrarme a algo, que ese algo se aferre a mí y que si voy a atreverme por algo, que ese algo se arriesgue por mí.
Deseo que suelten lo que ya los soltó, que todo lo que amen los ame, que todo lo que cuiden los cuide, que lo que esperen los espere, y que lo que busquen los busque. Ya no estamos en edad como para perdernos por alguien que no sabe a dónde va, y tampoco queremos deshacernos por algo que no nos construye.
El amor dura menos que la cicatriz que deja, es verdad; pero la decisión de quedarse entre no poder volver y no saber irse, es de cada uno.
Me gusta pensar que al final de nuestra vida estaremos a la distancia suficiente para ver cómo cada historia tuvo sentido, aunque doliera. Si nos fijamos bien, somos un cúmulo de cicatrices que evidencian nuestro paso por la vida de otros. Ese es el diseño.
Llegará el día en que otra historia se ponga, con determinación, frente a la nuestra para darle sentido a todo, y justo ahí, nos volveremos fuego, uno en otro, para quemar toda evidencia.
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