He cometido más errores en mi vida de los que puedo recordar. Esos errores, en la misma medida que mis aciertos, me han definido y me han convertido en la persona que soy.
Si pudiera volver en el tiempo y cambiar aunque sea una decisión de mi pasado, la más mínima, también me convertiría en otra persona. ¿Mejor o peor? ¿Con más o menos éxito? ¿Igual de feliz? Es imposible saberlo, la respuesta es una absoluta incógnita.
Pero además de ser una incógnita, es intrascendente. No importa quién pude ser, no importan las posibilidades que me he negado, no importan las puertas que yo mismo cerré conforme fui eligiendo el camino que me trajo a mí.
En todo momento elegimos con los recursos que tenemos a la mano. Hacemos lo que haga falta para sobrellevar el presente. Cada nueva decisión está conectada con todas las anteriores y es necesaria. En realidad siempre elegimos lo que está más cerca de nosotros, lo que se adapta mejor a nuestra esencia, sea o no lo más lógico.
Nuestro destino nos llama desde un futuro que nosotros imaginamos incierto, pero estamos atrapados en su red, recorremos un camino inexorable hacia nosotros mismos. No tenemos alternativa. Podemos responder lo mismo que Jehová cuando se le apareció a Moisés en forma de zarza ardiente y este le preguntó quién era: Soy el que soy.
Vivimos en una época hipócrita que nos exige empatía hacia los demás, pero a la que no le importa si nos olvidamos de nuestra propia historia. Nos exige ponernos en los zapatos de los otros para entender su dolor y perdonar sus errores, pero no le interesa si volteamos a vernos a nosotros mismos y a la serie de decisiones que nos trajeron hasta aquí.
Vivimos en una época que nos muestra la realidad a través de una pantalla, pero nunca a través de un espejo.
De nobis ipsis silemus.
Acerca de nosotros mismos callamos.
Sobre todo cuando se trata de nuestros propios errores. Nos avergüenzan, quisiéramos borrarlos, que no quede registro de ellos.
Quisiéramos ser infalibles y mostrarnos así ante el mundo que nos ve a través de una pantalla. Nos buscamos también nosotros en esa pantalla y aplicaríamos los filtros que fueran necesarios para borrar nuestras imperfecciones.
En lugar de asumir lo que somos y ser felices con ello, buscamos borrar, editar, eliminar cualquier rastro de las personas que hemos sido. Queremos ser una versión terminada, inmutable, eterna de nosotros mismos.
He cometido más errores en mi vida de los que puedo recordar, como todos, y seguiré cometiendo muchos otros todavía. Estoy lejos de la perfección, pero cada uno de los errores que cometí me convirtieron en quien soy.
Cada paso atrás que doy con la memoria me lleva a alguien distinto, pero también al mismo. Ese alguien es el puente entre mi pasado más lejano y mi presente. Un puente necesario que he ido construyendo con los años y que no pudo ser distinto.
A cada uno de los que fui le estoy agradecido en cierta forma, aunque haya tomado decisiones que no siempre fueron las mejores, porque sé que siempre fueron las más honestas.
Si pudiera volver en el tiempo y cambiar alguna decisión de mi pasado, la que sea, no cambiaría nada. Elegiría en todo momento haber sido los que fui para llegar a ser el mismo que soy. Elegiría y voy a elegir siempre abrazar a los que fui.